domingo, 15 de agosto de 2010

Soliloquio

Soliloquio
J.S. Ortiz.














-Siéntate ándale. 
-¿Para qué quieres que me siente?
-Siéntate ándale. 
-De acuerdo.
-Me puse a escribir en medio de la combi. 
-¿Quién se pone a escribir en medio de la combi?
-Yo, mira 
es que sus ojos... no mejor empiezo de cuando la vi por aquella vez. Era una tarde ya no roja, un tanto obscura y un tanto clara, era de los días en que me deprimía o mejor dicho, tenía melancolía; El profesional me dijo que tenía melancolía y no depresión, ya sabes que fue por lo de aquella pelirroja de piel insípida que vi la otra vez y... 
-Te enamoras de quien no conoces.
-Desemejante fue la cosa. Espérame... que la luz del transporte público se fue y aquí ando como la gallinita: Ciega, y no puedo terminar de escribirte esto porque luego la letra me sale torcida, que ni el medico más concurrido de hospital general me gana. 
Estaba, te digo, subiéndome a la furgoneta y venía oyendo unos libros que te maltrataban el ego y te hacían sonreír, para que no te sintieras un miserable, mas sin embargo... 
-Es solo sin embargo, o solo más. 
-Ah si, si, si bueno, sin embargo del efecto que me producían antonomásicos ruidos, me sentía mal a medias, mas apenas subí al transporte y este se arrancó como a veces hacen y como si llevara prisa, es entonces que contuve el zangoloteó e hice la acrobacia de no pisar a nadie, en especial a unas zapatillas blancas que resaltaban por lo azabache de la joven noche. Arañando el tubo para no caerme, apenas aplastarme pude junto al bonito calzado, en eso estaba cuando no tardé en ver aquellos muslos y luego la cara de mi idilio futuro, en acción lenta.
-De la que te enamoraste.
-No, o bueno no sé, pasome que no la miré bien para no parecer pervertido, coloquialmente (como se diría) la veía de reojo o como suena a tono del medio mundo: Discretamente. 
Fijaronse mis ojos examen de la distraída y la boca entre abierta que supuse pensaban en una cuestión mundana (tonta).
Como no tuve para bien visto algo y como solo podía atisbar su izquierda, tuvo nuestra mente en sus piernas y eran unas deliciosas zancas, entre llanas y entre menudas. 
-¡Ah!, te acuerdas de... 
-Si, es lo que te iba a replicar, como traía los audífonos, aunque ya le había cambiado a un cuento de Cela y la voz de la española que lo leía no tenía otro ritmo que las eses barridas, hice a modo que escuchaba una canción y empecé a estrellar mis dedos en señal de ritmo. 
-Y a tal maña, rosábamos su pierna para que pareciera por accidente, con la esperanza de que me agarrara la mano como le pasó la otra vez a Daniel Gutiérrez, un pícaro que dijo hacerse de una investigación para conquistar mujeres, pero que trágicamente se le perdió o la olvidó quien sabe donde, el afirma que fue allá en villa de las flores, en la casa de su abuelita.
En lugar de eso nada mas como que sentí su extremidad hacerse a un lado, luego no la movió, ¿no te diste cuenta?
-Yo creí que nos iba a abofetear, me hubiera gustado hacer el tonto en medio de todos. 
-No porque seamos histrión a medias tenemos para ser exhibicionistas, así estuvo bien.
-Después, te digo... 
-Ajá. 
-Me cambié de asiento.
-¿Para qué?

-Me acordé de Cela, y cuando me acuerdo de un buen cuento, me pongo contento, es natural y  por eso me cambié; fue un momento de lucidez... iba a inventar que porque así la veía mejor, pero en vez de eso solo se me ocurrió, nada mas bajó una señora de anchas proporciones, de lunar y verruga donde no le gustan y cuando se me ocurrió sonreí, por eso también dije lo de Cela, para parecer menos pasional. 
-... ¿La viste mejor?
-Un poco. 
-¿Qué?
-Vi sus ojos.
-¿Por qué suspiras?
-Ah, es que me gustaron y lo mismo con sus cejas.
-Vas muy desordenado, empieza por describírmela. 
-Pero si ibas conmigo. 
-Pero ya sabes que no me fijo en simplezas de esa condición, además venía pensando en una señora muy notable.
-¿La que parecía tener mirada comadrona, que se las da de buena gente, pero que lee los periódicos de chismes tanto como se fija en la vida de los vecinos?
-Esa.
-Y ¿qué le venías encontrando?
-Nada, se me ocurrió que esa gente esconde su mirada furtiva detrás de una sonrisa socarrona, pero da al mismo tiempo la impresión de ser supersticiosa. De ahí se me ocurrieron otras infamias e iba de conjetura en conjetura, sabe dios hasta que punto -porque yo ya no me acuerdo-, llegué a hacer un enredo mental a partir de la cara de la pobre mujer.
-...Era su mamá.
-¡Ya nos imagino siendo yernos de tan llana mujer!, seguramente nos llevaría a vivir a su casa y encarnaríamos el cuento de la cenicienta... Tú, no dejarías de lavar trastos y yo no dejaría de pensar como deshacerme de la llana.
-Viviríamos en una bonita vecindad. 
-No te ilusiones.
-¿Haz leido el coloquio de los perros?, contigo es inasequible discutir hasta en el papel. Solo dios sabe por qué nos hizo así, ahora no te la describiré, cualquier rose poético de mi parte lo tomarías como una debilidad de carácter, en cambio me burlo de la escuela de los sofistas por ser la mayoría unos resentidos y ahí, luego luego empiezas a vituperarme. 
-No solo de los sofistas, también te burlaste de Sófocles.
-Dije que tenías todo en común con Edipo, excepto lo de rey y lo dramático y el oráculo.
-Querrás decir: Tenemos, además...
-Luego vi a su hermana.
-¿Cómo sabes que era su hermana?
-Porque uno no se dice cosas tan en voz baja a no ser que tengas un parentesco con alguien o te sea de amistad pulida.
-¿Y si era refinada?
-No, era su hermana.
-Ah.
-Te das cuenta porque la señora de mirada furtiva iba del lado de la que era la muchacha, de la otra muchacha que me gustó, luego iba yo.
-Ya se que íbamos, pero ¿cómo sabias que era su hermana?
-Porque se veían como una familia, una muy unida.
-Apariencias.

-Por ese tiempo ya iba a bajar de la combi. 
-¿Por qué te bajaste?
-Porque ya íbamos a llegar. 
-Hágase a vuestra espalda el peor de los pesos del mundo, que no has de hablarle, ¿importaban tanto la señora y su pariente?
-Pues era tanta la presencia de la doncella que si importaban en algo las susodichas, era en el poco espacio que me dejaban para acercarme. 
-¿No estábamos del otro lado?
-Así sea, pero con espacio me refiero a privacidad, que a lo mucho importa poco para nuestra extraña soledad, que contigo no hay rato a solas y que si hemos de llevar un peso, peso entre los dos llevamos, cual si en vigilia el ayuno.
-Entonces, ¿por qué no le hablaste?
-No es propio de caballeros, como nuestras mercedes, el dirigirnos a tan bella moza causándole susto tan de tajo.
-Entonces no le hablamos porque te crees un caballero, creí que el presuntuoso era yo.
-No soy caballero de estoque y azor, pero aguarda... pequeño filosofo que tuve una estratagema que ni el mismísimo Bonaparte hubiera pensado si su campo de batalla fuera la combi, mejor aún que waterloo
-¿Te burlas acaso?
-Sea pues la combi donde íbamos, ágora que si fuéramos en un carruaje, carruaje diría yo, digo las cosas como porque son reales, así como voz pareciome que diría.
-Luego.
-Luego que estamos tan faltos de cordura, pero la estratagema fue esta:
-Espera, ¿te siguieron apagando la luz?
-Centenar de veces, aun y con todo que sus ojos me alumbraban cuando entre ciénagas anduvimos.
-Está bien, no me burlo. Continúa ya.
-Ves, que para bajar del transporte, unas veces por comodidad, hay que servirnos de el prójimo para pasar los dineros.
-Ingenioso, digno de Cervantes.
-¿Las pinturas?
-Si.
-Entonces le pasé el dinero a mí amada dama, para que en su misericordia se lo diera a otro y ese otro al chófer del vehículo.
-¿Qué nos ganábamos con eso?
-Tú, nada. Yo, tocar sus manos de jade aterciopelado y gemas.
Tanta fue mi ocurrencia que hube de apasionarme al punto en el que la ambición me cegó y se me fue la vida, que hasta imaginaba a nuestros hijos, cuando en realidad el menguado chiste era tocar sus dedos ya de menos.
-Entonces.
-Entonces, cuando le pasé los dineros -a fe mía- exactos, no toqué nada de lo que queríamos tocar.
-Pero el fin era que manoseando su palma, al punto dirigirle una cortesía y entonces preguntarle su nombre y por razón algún contacto para citarse un bello día de verano o un sobrio día de invierno, ¿verdad es?
-Eso acaecería perfecto, al menos el intento con la gracia del fallo... en lugar de eso, nada mas me lamenté de no tocar nada y ya, tiritando de tristeza, vi como la combi se acercaba a nuestro origen. 


-Mal halla sea.
-¡Una vela de esperanza se encendió!
-... ¿Qué?
-Que a veces los conductores, de tanto creer que tienen prisa, se vuelven incautos e inocentes como los chivos.
-¿Nos pasamos de donde bajaríamos?
-No, nos regresaron apenas una moneda dorada como cambio, siendo que vi que había dado el importe justo. Aproveche que mi plan tenía salida e hicimos lo que me propuse.
-¿Le hablaste?
-No, le toque su mano y estaba como había pensando.
-Ahora que recuerdo, no estaba tan de jade ni tan de terciopelo y las gemas tenía mugre, estaba algo fina, pero no mas que cualquiera de las nuestras. 
-No le pude hablar.
-¿Por qué?
-Porque la furgoneta en que íbamos ya a residía donde era nuestro origen, ¿cómo nos íbamos a ver?, seguro no nos hubiera dado nada y para amolarla me intimidó otra vez su mirada, supo darse cuenta de nuestra estratagema.
-Ahora ya nunca lo sabremos.
-No.
-Bajamos y ¿qué pasó?
-Pues nos bajamos rápido porque traíamos la mitad de la camisa metida en la parte de atrás y olíamos a ridículo. 
-Hacerlo nos hizo ver peor.
-Pues si y más con el cuaderno este en nuestras manos y el lápiz de punta chueca. 
-Tontamente me acomodé la camisa de espaldas a la combi, lo que significa que encima nos vio fajándonos.
-Como estaba en actitud heroica, se me ocurrió -después de fajarnos la camisa-, voltear a buscar sus ojos, seguro su cuerpo apuntaba donde nosotros. 
-Entonces volteamos instintivamente y ahora si, ya por fin me acordé de su mirada.
-Verdad que era divina.
-Me gustó más su nariz.
-San Pedro no tiene canas.. 
-Nos miró, si no fijamente porque queríamos ser, aun y con todo discretos -que tonto-, nos miró solo dios sabe en que pensando.
-Y ahí con todo el peso de su mirada, el peso que te decía, el peso de los otros pasajeros, el de su hermana, el de la puerta abierta, el del ruido de la calle, el del semáforo, aun y con todo y todo, todavía nos pusimos a escribir esto, en medio de la banqueta, íbamos en la parte en la que me regañas por burlarme de algún filosofo mal encarado.
-Cómo se te pudo ocurrir escribir en medio de la combi, sin luz. Nos tomó tenlo por dado, como unos brutos.
-No estaba en medio, estaba sentado.
-¿Qué pasó después?
-Nada, nos fuimos cada quien a su casa y terminé de escribir esto.
-Vaya, qué final.
-Si.

1 comentario:

  1. Creo que no, aquí empieza pero no hay un mundo, ni siquiera si piensas sólo en ti.

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